sábado, 9 de julio de 2016
EL AJEDRECISTA ARMENIO LEVON ARONIAN OCUPA EL 5° PUESTO EN EL RANKING MUNDIAL DE LA FIDE.
Tras el final de la guerra fría el ajedrez fue despojado de su sórdido pero atrayente clima de complot y maquinaciones. La niebla política asentada sobre los tableros pareció disiparse, y el fuerte simbolismo militar del combate mental cedió paso a un lavado de cara, en las formas y en lo ideológico, con la irrupción de chessmen más serenos, a salvo del denso aire de sospecha conspiranoica instaurado hasta entonces en el cerrado mundillo de las 64 casillas. Muy lejos queda el rumor de admiración mediática que despertó el genio demente de Bobby Fischer, aquel huraño niño prodigio de Brooklyn que acabó sus días aturdido por la inminencia de profecías derechistas, burlando al establishment americano, falsificando su pasaporte para iniciar un éxodo que le condujo a raros escondites en Filipinas, Japón o Islandia. O el duelo entre Karpov, el heredero por incomparecencia de la corona del americano, obediente candidato del Partido y estereotipado villano de mirada vítrea, contra el acuciado disidente Korchnoi –primero– y el díscolo genio emergente de Kasparov, el símbolo de la perestroika y el deshielo, después.
Parte del encanto comercial adherido al ajedrez moderno reside en la nueva y refrescante normalidad de sus intérpretes, en el hecho de que vayan al cine, suban fotos banales a Instagram y que en general hayan dejado de parecer sociópatas de mirada penetrante que salen a la calle en piyama y tienen una higiene precaria. Tras las guerras administrativas de los noventa y el cisma del ajedrez, sobre el paisaje normalizado del juego reina hoy Magnus Carlsen, un deportista del tipo posmoderno, un prodigio de la telegenia con encanto teenager: la fanática murmuración a su alrededor se parece más a la devoción hacia una popstar que a la admiración académica por alguien de quien se intuye que puede ser el mayor jugador de todos los tiempos.
Su irrupción ha sido en parte una sorpresa, puesto que en los últimos tiempos nadie parecía contar con él. Acudirá invitado por la organización, rescatado del aparente fracaso en el que ha estado inmerso durante los últimos años, tras sacar brillo a su estrella y poner en orden su débil psique. Aronian carga desde hace unos días con el ostensible apodo del “Beckham del ajedrez”, adjudicado por la influyente CNN, una etiqueta de tufo sensacionalista pero que describe bien su carisma en Armenia, el país con más ajedrecistas por metro cuadrado del mundo. Levon Aronian ocupa en la actualidad el 5° puesto en el ránking mundial de la FIDE.
Todos los adversarios que desafían al campeón Magnus Carlsen en la distancia son ávidas promesas o habituales “viejas glorias” de los tableros (en los que se envejece pronto, pues la edad media de la élite no suele ser alta).
Ha pasado una mala racha de juego, pero el serio gremio de los maestros no escatima elogios hacia Aronian (según Kasparov es, junto con Kramnik, el único jugador del planeta capaz de desafiar al campeón Carlsen). Mucho se ha especulado sobre las razones del bache que atravesó. Levon –que llegó a ser el segundo del mundo en el ranking FIDE– lo atribuye a una cualidad personal que le ha estado separando mucho tiempo de sus ambiciones íntimas. “No estoy preparado para enfrentarme a los grandes. Mi única ventaja sobre esas bestias es mi total ignorancia y frescura de pensamiento”, dijo antes de participar en su primer torneo de élite. Coincide además que Levon no es un tipo partidario de mostrar los signos externos de una debacle ludópata. Antes bien, siempre ha afrontado sus derrotas con una sonrisa, algo que le ha merecido algún que otro reproche por parte de Kasparov, quien presupone que esa actitud le impide ser campeón mundial. Pero Aronian es el genio afable: se hace llamar a sí mismo “chess gangsta”. Ríe. Le gusta bailar, sobre todo tango. Su novia es Arianne Caoili, un bombón filipino y también jugadora de ajedrez. No parece que los estragos de la competición hagan mella en su buen carácter.
No hay que subestimar el peso que tienen en la biografía de Aronian las consecuencias de la soterrada contienda política de la Guerra Fría. Levon nació en 1982 en Armenia, que entonces era una de las quince repúblicas que formaba parte de la Unión Soviética. Eso significa que el ajedrez nacional era, allí también, una disciplina deportiva al servicio de la ideología, en tanto que uno de los mejores escaparates de la supremacía intelectual roja frente al occidente bárbaro, capitalista y decadente. Por dicha razón cualquier talento para el juego era captado y forjado por el Estado. La ciencia además era fuertemente respaldada, y los padres de Levon eran un matrimonio de científicos. Su madre, una ingeniera de minas, estaba especializada en explosiones y demolición de edificios. Su padre, un físico bielorruso cuyo campo de maniobra era la tecnología láser. Si damos crédito a las implicaciones freudianas de esta mixtura, el juego del armenio estaba predestinado a ser un explosivo artefacto cerebral de precisión. Con este combo de progenitores, no cuesta mucho entender la vocación a la que se vio empujado desde temprano el tierno Aronian.
El colapso de la URSS dejó a la intemperie a la comunidad científica, y la falta de recursos se tradujo en penalidades tangibles para los padres de Aronian. Sin trabajo, sin un céntimo, de repente el talento del niño se convirtió en una vía de supervivencia para la familia. A los diez años, Levon ya era profesional. Consigue su primer patrocinador. Su palmarés es impresionante: al año de iniciarse en el ajedrez, consigue la medalla de campeón del mundo infantil. Después, campeón del mundo junior. En el 2000 obtiene el título de Gran Maestro. En 2002 gana el campeonato del mundo juvenil. Dos años después derrota a Kasparov. Digamos que el chaval consigue solucionarle la vida a los suyos a golpe de peón.
Su fondo de armario reposa en el conocimiento de los clásicos y en el estudio de partidas históricas. Disfruta buscando ideas nuevas en las primeras fases del juego, y su voluntad es la de ingresar rápidamente en posiciones novedosas de gran complejidad en las que imponer su agresivo estilo táctico. Le gustan las partidas locas, que a veces arruina con increíbles pifias. Primero hace saltar las piezas por el tablero, luego posiciona sus peones. Tiende emboscadas y pesca en río revuelto. Su talón de Aquiles han sido hasta hoy las aperturas, un rasgo endémico de los jugadores armenios, que Aronian se ha esforzado en corregir. Su preferencia está con las partidas largas de cinco o seis horas, donde exhibe ese estilo de desgaste y lucha numantina que caracteriza al ajedrez armenio. “En mi personalidad, lo que encuentro hermoso es la imperfección, lo crudo, lo espontáneo; algo que se inventa. Eso es lo que encuentro bello y así es mi estilo ajedrecístico”. Cómo no íbamos a querer a este esteta del caos.
La final del campeonato del mundo de ajedrez se celebrará a finales de año en Nueva York bajo el auspicio de la FIDE. Magnus Carlsen, el it boy, el genio adolescente, espera a su rival. Aronian, "el Beckham del ajedrez", aspira a clasificarse y usurpar el trono del noruego. El genio modesto del Cáucaso desafiando al vikingo inexpugnable…
FUENTES:
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Fuente: Guia Menc